Como todos los días, después de salir del trabajo, Manuel se dirigió al bar de la esquina. Allí, acodado en la barra, tras casi nueve horas de continuo y aburrido trabajo, se sentía vacio; lleno de frustración...
En el otro extremo de la barra, riendo a carcajadas, estaba ella: rubio cabello, generosas caderas y grandes ojos azules… ¡Cada día estaba más hermosa!
Nunca se atrevió a decirle una palabra… Se conformaba con verla cada día, observarla y soñar con tenerla en sus brazos.
Ella, ajena a aquel platónico amor, terminó su café y salió del brazo de su marido…
Manuel, como cada día, también salió del bar en dirección a su casa. Allí, en la cocina, su mujer preparaba la cena.
–¡Buenas noches!– dijo él colgando su chaqueta en el perchero.
–¡Buenas noches! –respondió ella, sin dejar de remover la sopa.
Sentado en la salita, ante el televisor, pensó en ella, la de rubio cabello, generosas caderas y grandes ojos azules…
Su esposa, en la cocina, piensa en el vecino del sexto. De 10 a 12, desde hace ya varios meses, ambos se entregan a apasionados juegos, mientras Manuel revisa pólizas de seguros y calcula franquicias, en la oficina…
© 2009 – Fernando J. M. Domínguez González


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